Después
de haberos bombardearos con SINOPSIS
COJONERAS durante días y de manera seguida, es hora de echarle otra cosa al
puchero. Cambiemos fideos por arroz. ¿Qué os parece?
Bueno,
bueno, bueenoooo….hacía tiempo que no os venia con retardos de mi pasado en
forma de anécdotas que hacen despollar al respetable, ¿eh?
Todo
llega y espero, ante de todo, que os guste la que he escogido para contaros el
día de hoy.
Corría
el año 2010, dos amigos y yo nos habíamos comprometido en ir a ver actuar a una
amiga a una función de teatro. La hora recuerdo que era las 5 de la tarde de un caluroso sábado del mes de
Junio. “La hora los toros”, vaya.
Entramos,
disfrutamos, reímos, lloramos y dos horas después salimos de la función sin
tener ningún plan que hacer, ya que la hora que era en ese momento era
incompatible con un plan nocturno y el desfase que con él conlleva. Me sentía
el más mayor de la calle, junto con mis amigos, en ese momento.
Contemplando
la chavalería de 14 años recién cumplidos, bebiendo “Monsters” para hacerse los
machos delante de la chiquitina que le molaba y con la gorra al revés, colocada
de manera quirúrgica en la coronilla, comprendí porque a esa hora, normalmente,
suelo estar en casa.
En ese
momento, pensando que hacer y barajando la posibilidad de tener que irse cada
uno a su casa hasta que la noche llegara a la ciudad, uno de los que iba
conmigo, en forma de Mesías a la vez, pronuncio la frase que nos saco del
dilema:
-Propongo que vayamos a mi casa a beber unos
chupitos.
Me
quedo mirándolo con la cara que tiene un pulpo en un garaje.
No me
convencía la idea mucho, no porque fuera abstemio sino que soy de los que
cuando bebo, el cielo tiene que estar del mismo color que el Bacardi-Cola que
me esté tomando.
-¿Y qué vamos a beber?-Pregunte yo. Brazos en forma de
taza.
-José Cuervo-respondió él.
-¡Vamos para tu casa! –Añadi yo, mientras tiraba de
su camiseta dirección a su domicilio.
Sui
algo me ha enseñlado la vida es que,las mejores escenas, tanto en la vida misma
como en las películas, suelen comenzar con un dialogo de dos personas. Una de
ellas tiene un problema o un dilema. Y la otra con decir un nombre, a tomar por
culo el problema. Ejemplo cinéfilo:
-¿Qué hacemos inspector?
-Llame a “Cobra”
Es la
típica pregunta que con responder un nombre de pila o un apodo, se caga la
perra. Pero ya si el nombre va acompañado del apellido….¡Bocata de calamares!
Para
aquellos que estén perdidos en el mundo del bebercio y bebidas espirituosas, José
Cuervo es la marca de un tequila. ¡Ala!, id y difundir la palabra, licenciaos.
Llegamos
a la Kelly del compañero y lo primero a lo que vamos es a buscar la botella.
Una vez en nuestras sudorosas manos, la ponemos encimas de la mesa del salón,
la veneramos unos 30 segundos y procedemos a buscar los complementos (Sal, limón,
vasos)
Creedme
cuando os digo que mi amigo no sabía dónde estaba el limón en su propia casa.
Ni siquiera sabía si tenía. Tuvo que ser el tercero que venía con nosotros y el
cual no iba a beber, quien lo tuvo que encontrar y facilitarlo a los borrachos
de sus amigos.
Con la
esfera cítrica en nuestro poder, faltaba la sal, ¿Un salero? Os preguntareis. Bien,
pues lo que sacó el colega hizo que perdiera la Fe en la humanidad y se
incrementaran mis ganas de echarme a la bebida. ¡Sal gorda! ¡El “cojones” saco
sal gorda! La misma que se utiliza para sazonar los filetes de pollo que te haces
a la plancha.
Con el limón
cortado de una manera muy oligofrénica y una caja de sal gorda, tan solo nos
faltaba donde poder depositar ese néctar de dioses.
Habíamos
acordado beber en vasos de chupitos pero los que tenía entraban en la categoría
de dedales, más bien. Así que, haciéndonos con vasos del ikea, (los que tienen
esas rayas tan decorativas) y con la solemne promesa de haber acordado que a
partir de la segunda línea era considerado el chupito, abrimos la botella.
Uno detrás
de otros, chupitos llenos se convertía en vacios. La visión comenzaba a tambalearse
y todo nos empezaba a hacer gracia. Apenas sabíamos seguir con facilidad el patrón
establecido de sal, chupito, limón. La promesa de chupitos, desapareció como
nuestra dignidad. Cubatas de tequila eran los protagonistas de esa tarde y
nosotros, unos chalaos que no sabíamos que hacer una tarde después de un
teatro.
Después
de no sé cuantas inclinaciones de pescuezo para atrás, nos empezó a entrar la hambruna.
Metimos una pizza en el horno y continuamos brindando por chorradas inventadas
y contando anécdotas del bachiller.
Nuestro
amigo abstemio empezó a sentirse incomodo. Si nuestra forma de beber le hacia sentirse
violento, nuestra forma de comer, le hizo sentirse completamente fuera de
lugar. Un poco molesto, cogió sus cosas
y se despidió de nosotros. Pudo parecer que no nos importaba que se quisiera ir
pero al contrario, estábamos inmerso en el disfrute de esa pizza carbonara.
De
repente, oímos unos gritos provenientes de la entrada del pasillo. Nos levantamos
corriendo, casi nos descoyuntamos del tropiezo que nos pegamos el uno con el
otro. Para nuestra sopresa, los gritos provenían de nuestro amigo sobrio el
cual se había quedado enganchado en el perchero de la pared. Se veía que paso
muy cerca de este y ahí la situación cómica de la que fuimos testigos
Pedía,
por favor, que lo ayudásemos a bajar, ya que se estaba empezando a asfixiar con
la camiseta tirante de su gañote.
Aunque
pareciera increíble, Mi amigo y yo, nos quedamos viéndolo un buen rato, de
manera meditabunda y completamente serio, aunque la situación invitaba a
echarte unas risas acosta del compañero.
He de
decir que mi amigo, el que estaba colgado, estaba de buen año. Estaba gordito,
vaya. Por lo que en ese momento, dije:
-Joder, parece una piñata, ¿no?
Mi
amigo, el dueño de la casa, me miro y yo le mire a él. Nos miramos, en general.
Cogimos
una escoba y una fregona, el y yo, respectivamente y agárrate porque la cosa se
sale de madre.
Esa
criatura colgada empezó a recibir más palos que las culebras el día del
apaleamiento. Lo peor que pudo pasar en ese momento de agresión, fue que
cayera unos de los caramelos que el chaval llevaba en su bolsillo, al suelo.
Viendo
que lo estábamos haciendo bien, porque en eso consiste una piñata; la arreas y
suelta chuches, seguimos pegándola de hostias hasta que los caramelos dejaron
de caer de los bolsillos de sus pantalones. Asegurándonos que la piñata se había
quedado sin ofrendas, lo descolgamos del perchero.
Una
bronca nos esperaba y de hecho nos cayó en cuanto volvimos al salón. El estaba
magullado y con un bollo en la frente como la nariz de Fofito. Nosotros, lejos
de sentirnos culpables, estábamos meaos de risa.
La
sonrisa desapareció de la boca de mi amigo, el dueño de la casa, cuando escucho
la puerta abrirse. Inmediatamente me pidió que escondiera la botella de
tequila. Bueno, la botella asecas, de lo segundo apenas quedaba ya.
Yo
pregunte extrañado el porqué de ese sobresalto Los padres de mi amigo eran muy
enrollaos y no le importaba que nos tomásemos unos licores en su casa.
-¡Esconde la botella, que no es mía!
La
trama se complicaba.
Escondí
la botella debajo del sofá y ordenamos al sobrio, casi al unisonó, que hablara
por nosotros ya que íbamos a estar muy concentrados en no descojonarnos y por
ende, descubrir el pastel.
Al final,
no se dieron cuenta de lo de la botella. Bueno, no se dieron cuenta en el
momento, al día siguiente sí. Nos fuimos y continuamos la noche por ahí, con
tequila por supuesto.
Al la
mañana siguiente, lo único que recuerdo es que tenía una resaca de mil pares de
cojones, la cartera llena de monedas(Señal de que invite a unas pocas rondas,gilipollas) y la boca con un extraño sabor que oscilaba entre sal, limón,
carbonara, tabaco….¡y JOSE CUERVO!
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